Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1056
Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 11 de marzo de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso sobre el modus vivendi con Inglaterra
Número y páginas del Diario de Sesiones: 108, 2846-2849
Tema: Modus vivendi con Inglaterra

En verdad que no sé qué hacer, Sres. Diputados. Temo tanto molestar a estas alturas, que por evitarlo renunciaría la palabra, y la renunciaría realmente con mucho gusto; pero no lo hago, porque me queda poco que decir después de lo que han expuesto el Sr. Moret, el Sr. Becerra, el Sr. Marqués de la Vega de Armijo y los demás que han tomado parte en esta discusión en defensa de nuestras ideas y de nuestros propósitos. Por deferencia al Sr. Ministro de Estado, algo he de contestar a lo mucho que S.S. ha dicho; y aun cuando he de ser todo lo breve posible, perdonadme, sin embargo, porque, creedme, más sentimiento tengo yo en molestaros, que el que vosotros tengáis en oírme.

El Sr. Ministro de Estado y el Gobierno son verdaderamente ingratos conmigo al acusarme de que yo no he querido fundar mis argumentos sobre los supuestos perjuicios que pudiera ocasionar este modus vivendi, y lo que además está reservado para no sé cuándo, a los intereses nacionales; perjuicios, que si se han de producir o no (que yo no lo sé), no necesitaba ni necesito examinarlo aquí para nada.

En verdad, Sres. Diputados, ¿par qué había yo de demostraros los perjuicios que este modus vivendi puede traer a la industria nacional y a la industria catalana? ¿A quién tenía yo que convencer con los argumentos que adujera respecto de esos perjuicios? ¿A la mayoría? ¿Al Gobierno? Pues era inútil mi empeño, porque mucho más les habrán podido convencer los argumentos del Sr. Presidente del Consejo de Ministros y de los demás individuos que componen el Gobierno, que al declarar y sostener que el tratado con Francia es perjudicial a los intereses de la Nación española, declaran y sostienen, por consiguiente, de un modo implícito, que será mucho más perjudicial extendiéndolo a Inglaterra.

¿No habéis declarado esto? ¿No lo ha afirmado con toda solemnidad el Sr. Presidente del Consejo de Ministros? Pues entonces, ¿a qué había yo de intentar convenceros de lo que estáis de antemano ya convencidos?

Y sobre este fundamento claro, evidente, indestructible, versaba toda mi argumentación. ¿Cree el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que el tratado de comercio con Francia es perjudicial para los intereses de la Nación, y especialmente para los intereses de Cataluña? Sí lo cree, y este argumento es irrebatible para vosotros (Rumores); ¿o es que tampoco queréis admitirlo siento de vuestro Presidente?

Y fundado en esto, decía yo: pues un Gobierno que tiene esta idea no está autorizado, no tiene derecho, dentro de la más elemental moralidad política, para conceder a Inglaterra lo que es perjudicial para la Nación española, y mucho menos tiene autoridad ni derecho para después de hacer esa concesión a Inglaterra intentar un tratado definitivo de comercio con aquella Nación, a fin de darle ventajas que hoy tiene la misma Francia por su tratado, y que habréis de concederle también a ella por virtud de la cláusula relativa al trato de Nación más favorecida. Éste es mi argumento, y éste es el argumento capital de mi discurso, que no ha podido destruir, que no ha intentado siquiera destruir el Sr. Ministro de Estado. (Bien, en las minorías).

El modus vivendi que estamos discutiendo pudimos haberlo presentado nosotros, pudo también presentarlo mi distinguido amigo el Sr. Ruiz Gómez, durante el Ministerio que sucedió al que tuve la honra de presidir; pero vosotros, ¿cómo habíais de tener derecho para traerlo a las Cortes? ¿Es que al admitir el Poder os encontrasteis con este compromiso, contrario a vuestras ideas, pero que creíais que era ineludible?

Pues no debisteis aceptar el Poder: cuando un partido al ser llamado al Poder se encuentra con que existen problemas pendientes, respecto a lo que es preciso adoptar alguna resolución que él no puede en conciencia proponer, porque la cree perjudicial a los intereses del país, no debe entrar en el Gobierno. ¿Para cuándo si no se guarda el patriotismo de los hombres de partido, y sobre todo de los hombres de [2846] gobierno? Y si por casualidad no hubierais tenido noticia de este compromiso contraído con Inglaterra y hubieseis aceptado el Gobierno, después, cuando supisteis la existencia de ese compromiso, antes que realizarlo contra vuestras propias convicciones, puesto que tenéis la idea de que se ha traído en daño del país, debisteis abandonar el cumplimiento de ese compromiso a otros hombres de vuestro propio partido que no tuvieran las convicciones del Gobierno, o a los de otro partido que tampoco pensase como vosotros. (Rumores). Ya lo creo, os extraña esta idea, porque veis que vuestros hombres aceptan el Gobierno a todo trance y de todos modos con tal de ser Poder, y esto lo juzgáis natural. (Rumores).

Estaban, pues, en su derecho los hombres que compusieron el Ministerio que sucedió al que tuve la honra de presidir, al presentar este modus vivendi, creyendo que era conveniente para su país, e hicieron bien en traerlo además, porque estaba conforme con las ideas que siempre habían defendido y sostenido siempre, con lo cual cumplieron como buenos. Pero ¿realizar vosotros esto que creéis un mal para la Patria? Esto es venir a hacer una cosa que no ha hecho jamás Gobierno alguno en ningún pueblo civilizado.

Es verdad que conociendo el mal que hacéis, por lo menos queréis aminorarlo, y en lugar de ocasionar todo el daño de una vez, lo realizáis en dos veces, presentando primero este modus vivendi, y luego el segundo dictamen, que está reservado, que vendrá; porque si el partido conservador no lo presenta y lo vota, ¿qué escudo dejáis al partido liberal para defenderse mañana contra las reclamaciones de Inglaterra? Pudimos ser nosotros muy exigentes con Inglaterra al tratar con ella acerca de si debíamos o no debíamos concederle el trato de Nación más favorecida; pudimos también ser nosotros muy exigentes con aquel país al concretar con él un nuevo tratado de comercio. Y ¿sabéis en qué nos fundábamos para ello? Primero, en la perturbación que produjo el tratado de comercio con Francia, perturbación en la cual influisteis grandemente vosotros. Y tenía aquel Gobierno, tenía el deber de esperar los resultados que ofreciera el tratado con Francia, porque realmente no podía hacer cosa alguna, si haciendo caso de vuestras observaciones temía que aquel tratado produjera la ruina de Cataluña y la de las demás regiones industriales de nuestro país; y aunque estaba convencido de lo contrario quería esperar a que el tiempo le diera por completo la razón. Ahora yo estoy plenamente convencido de que el tratado con Francia ha sido beneficioso en lugar de ser perjudicial, como vosotros creíais. Además, yo podía entonces decir, y dije al ministro inglés, que el tratado con Francia nos había puesto en una especie de guerra civil con el partido conservador; yo podía decir a aquel ministro: "ya ha visto Inglaterra hasta dónde ha llevado su oposición el partido conservador, amenazando con una guerra sin cuartel"; y ante esto, Inglaterra cedió, y hubiera cedido siempre, porque no hay razón para obligar a ningún Gobierno a que haga posible dentro de la Patria la vida política.

Pero ahora, cuando observe Inglaterra que el partido conservador, no sólo no pone dificultades para celebrar el tratado de comercio con ella, sino que desea hacerlo, que lo facilita por todos los medios, ¿qué escudo le queda al partido liberal para seguir resistiéndose a tratar bajo ciertas condiciones con Inglaterra? ¡Si no le habéis dejado siquiera la base 5ª! Por esto dije ayer, y en verdad que de ello están bien convencidos los Diputados catalanes, que no ha habido hasta ahora nadie, ni Gobiernos, ni Corporaciones, ni partidos, ni escuelas, que hayan hecho más daño a la industria española, sobre todo a la industria catalana, que ese Gobierno. Pero, ¿por qué hace esto ese Gobierno? ¿Qué concesiones ha recibido de Inglaterra? Yo no lo sé, ni puedo averiguarlo, porque no doy un paso en el examen de este protocolo sin que me encuentre con una sorpresa.

Destruye el Gobierno la base 5ª, y dice que lo hace en beneficio de Cataluña, cuando no es exacto. Después hace como que retira parte del proyecto; ¿para qué? para que una vez aplacados los ánimos de los catalanes, pase este modus vivendi con más facilidad, y presentar luego el tratado, porque si esto no fuese lo cierto, lo haría para que quedase imposibilitado el partido liberal de tratar libremente. Y por último, ¿qué dice el Gobierno para defender su obra? ¡Ah! Exclama: "Yo soy tan amante de Cataluña, la estimo tanto y cuido hasta tal punto de sus intereses, que en este modus vivendi he excluido el comercio de las Antillas, porque como Cataluña sostiene tanto comercio con aquellas, yo no quiero perjudicarla", y le reservó aquel mercado. Y, señores, nos encontramos enfrente de esta afirmación con el tratado de los Estados Unidos, cuyo tratado entrega a aquella República, de un modo completo, el comercio de las Antillas. ¿Por qué no decir la verdad a Cataluña? Luego, y esto es grave también, se olvida el Gobierno de que se quejará Inglaterra, por lo que, apenas esté ratificado el tratado con Estados Unidos, reclamará las mismas ventajas que a estos se le han concedido.

¿Habéis comprendido ya, señores industriales, lo que os pasará, lo que os espera con este Gobierno tan protector? (Sensación. -Bien, en las minorías).

Pero hay en este Ministerio el firme propósito, la manía que parece que roba el sueño, de demostrar que el mal lo hicimos nosotros al convenir el tratado de comercio con Francia, para justificar después que el tratado de comercio con Francia ha traído como consecuencia necesaria e inevitable el tratado con Inglaterra. Pues bien; esto no es exacto, y no me cansaré de repetirlo. (El Sr. Ministro de Estado: Probarlo). Se lo ha probado a S.S. el mismo Sr. Presidente del Consejo, y después leeré sus palabras; pero ahora se lo voy a probar también a S.S. con tanta claridad como se prueba el movimiento andando: si yo hubiera continuado en el Gobierno, no habría habido, en las condiciones en que lo hacéis vosotros, tratado con Inglaterra. (El Sr. Ministro de Estado: Tomo acta). Pues tómela S.S., porque lo voy a repetir.

Pero además, ¿qué necesidad tengo yo de demostrarlo, si lo tiene demostrado S.S. en sus comunicaciones al ministro inglés? Su señoría decía: "yo me he encontrado con el modus vivendi, no con el tratado de comercio, como compromiso adquirido por otro Gobierno; pero es inútil, Mr. Morier, que yo lo presente al Congreso; si quiere V. E. lo presentaré, para que vea hasta dónde llega la consideración del Gabinete español con el Gobierno inglés; pero es inútil, repito, porque si las Cortes anteriores (que eran liberales) no lo hubieran aprobado, figúrese V. E. cómo lo van a aprobar las Cortes que vengan, que han de ser más conservadoras". ¿Duda S.S. de la exactitud de lo [2847] que acabo de decir? Pues aquí tengo los datos señalados en el protocolo; pero por lo avanzado de la hora, no quiero molestar al Congreso leyéndolos.

Pues bien; S.S. afirmaba que aquellas Cortes, las liberales, no hubieran votado el modus vivendi, y que éstas no votarían la concesión del trato de Nación más favorecida, como ahora desea que lo hagáis, señores Diputados, el Sr. Ministro de Estado; pero después, de repente, por un parte telegráfico, resulta destruido todo esto que he relatado; y ¿por qué? Yo no lo sé ni me importa saberlo; pero sí digo a S.S. que yo, sin las ideas que S.S. tiene, sin abrigar su creencia sobre los perjuicios que presume ocasiona a nuestro país el tratado con Francia, no hubiera dado a Inglaterra el trato de Nación más favorecida, sino a cambio de mayores ventajas y con ciertas limitaciones.

Yo podía, por las razones que antes expuse, decir a Inglaterra que no tenía derecho a hostigarme a hacer nada que fuera perjudicial a mi país, y se lo podía decir con tanta más razón cuanto que Inglaterra es en este punto la Nación más escrupulosa, hasta el extremo de que desde el año 1860 ha tenido cerradas sus aduanas a los vinos españoles, y abiertas de par en par a los vinos franceses; por cuyo motivo, y a pesar del perjuicio tan grande que nos ocasionaba, reconociendo, como reconocen todos, que la Nación inglesa tenía derecho para hacer esto, no hubo Gobierno español que desde ese año no hiciera todo lo posible para negociar con Inglaterra a fin de que los vinos españoles entraran allí con iguales condiciones que los franceses. Y ¿sabéis lo que Inglaterra constataba siempre? "No quiero ni discutir sobre eso". Pues bien; esto mismo es lo que ha pasado después, siguiendo España e Inglaterra la misma conducta.

Siendo yo Ministro de Estado, hice hasta 14 tratados de comercio, y no pude conseguir de Inglaterra ni siquiera que discutiese conmigo.

Desde el momento en que entré en el Ministerio de Estado fue mi constante preocupación el tratar con el Gobierno inglés, y jamás puede lograr ni aun que se prestase a una discusión, y yo no me incomodé por esto, porque no tenía derecho para incomodarme. Si Inglaterra creía que un tratado cualquiera con España era perjudicial para sus intereses, hacía bien en no discutir con nosotros; pero si yo concedía ese derecho, si todos reconocemos ese derecho a Inglaterra, quería y quiero que Inglaterra conceda y reconozca el mismo derecho a la Nación española.

Así es que cuando Mr. Morier se persuadió de que el Gobierno que yo presidía no estaba dispuesto a tratar con Inglaterra sino bajo condiciones determinadas que no le parecían aceptables; cuando se convenció de este propósito de aquel Gobierno, fundado, no en que negase a la Nación inglesa toda la consideración que se merece, sino en altas razones de defensa de los intereses que le estaban confiados, Mr. Morier comprendió que España tenía razón, como antes la tuvo Inglaterra.

Pues bien; yo, sin dejar de querer, sin oponerme a tratar con la Nación inglesa, tenía derecho a ser exigente con ella, ya que tan exigente había sido ella con nosotros; y yo podía no haber dado el modus vivendi a la Nación inglesa, sin ofensa para ésta, porque una Nación trata con aquellas y nada más que con aquellas que le tiene cuenta tratar, pero no con las que pueden perjudicarle. Esto es, en último resultado, lo que todos los Gobiernos han hecho, pudiendo éstos llegar hasta el extremo de resistirse en absoluto a tratar con una Nación determinada por cualquier consideración que sea; porque al fin y al cabo no se le hace disfavor alguno, como no se lo habríamos hecho nosotros, sino al contrario, al decirle a Inglaterra: España no puede tratar contigo sobre este punto, porque estás muy adelantada, eres muy poderosa, eres muy grande, y yo no puedo competir contigo, porque soy pobre y modesta. Por consiguiente, S.S. ha podido, sin desconocer ningún derecho, no dar a Inglaterra todo lo que pretende darle; pero además, y aun cuando España tuviera forzosamente que dar todo eso, nunca se lo debía conceder ese Gobierno.

No se trata ahora, Sres. Diputados, de escuelas y de doctrinas de libre cambio y de protección; yo puedo tener mis opiniones de doctrina, yo puedo tener mis opiniones de escuela; pero he dicho muchas veces que, como hombre de partido y de Gobierno, no soy librecambista ni proteccionista; y por esto, después de haber indicado la manera cómo yo entiendo que se debe ir al libre cambio, que es exactamente la misma que han expuesto el Sr. Becerra y todos los hombres de la escuela liberal, que buscan la resultante de las ideas de escuela con las necesidades y las realidades de la política, no meten tanto miedo a Cataluña mis ideas como la protección con que S.S. le brinda, mucho más, después de los antecedentes que he recordado. Nosotros marchamos en dirección al libre cambio, como marchan los que se llaman proteccionistas en Cataluña; pero marchamos gradualmente, marchamos con compensaciones, marchamos con prudencia; en una palabra, marchamos con las previas informaciones industriales que se establecieron en la base 5ª, y que por vuestra obra insensata han desaparecido.

Pues bien; entre marchar al libre cambio de esta manera, con prudencia, gradualmente, con compensaciones, precediendo a todo acto importante grandes informaciones industriales, y marchar a la protección como vosotros vais, ya escogerá Cataluña y habrá de decidir si es en lo que nosotros damos o en lo que vosotros hacéis donde existe aquella normalidad que la industria necesita para desenvolverse y progresar.

Creo que los principales puntos del discurso del Sr. Ministro de Estado están ya contestados; y si no trato de otros, es porque los ha expuesto muy bien mi querido amigo el Sr. Marqués de la Vega de Armijo, al que también le interesaban, como parte que fue de aquel Gobierno, cuya participación en el tratado con Francia es conocida. Pero yo debo decir a su señoría, insistiendo también en la idea última del señor Marqués de la Vega de Armijo, que no pueden SS. SS. permanecer silenciosos respecto de lo que van a hacer con la segunda parte del dictamen, porque de él depende lo que se votará ahora, porque sin esa segunda parte votamos el modus vivendi, pero puede aquella destruir en absoluto ese modus vivendi. Es una cuestión reglamentaria, no es una cuestión de principios, y en este sentido yo repito lo que decía ayer: este modus vivendi, el trato de la Nación más favorecida para Inglaterra, no tenemos más remedio que votarlo los que tenemos ciertas tendencias liberales, y sobre todo los individuos del Gobierno que presentamos ese modus vivendi, y muchos otros Diputados, porque aceptamos su espíritu. ¿Pero de qué manera viene este proyecto de ley a la votación? Pues viene de una manera impuesta, viene de un modo inusitado, y de suerte [2848] tal, que no sabemos cuál va a ser el resultado de nuestros votos, por lo que aun aquellos que quisiéramos votar no debemos hacerlo, porque votamos lo desconocido.

Hay además otra circunstancia muy digna de tenerse en cuenta: el Gobierno hace de esta cuestión una cuestión de Gabinete, y las cuestiones de Gabinete son verdaderas cuestiones políticas, verdaderas cuestiones de confianza, y yo no puedo tener confianza alguna en ese Gobierno, ni para esto ni para nada. (Risas). De suerte que, aun aceptando, como aceptaría en otro caso y condiciones el modus vivendi, yo no puedo unir mi voto con el de la mayoría. Y la razón es muy sencilla. Se trata de un voto de confianza, y yo, como no la tengo en ese Gabinete, no puedo de ninguna manera votar con él en este ni en ningún otro asunto.

Responde esto a mis opiniones: si mañana trae ese Ministerio el Credo, y si lo trae en términos reglamentarios que no puede ni debe ser votado, no voto con ese Gobierno que ha traído el Credo; y si además de traerlo así, lo hace cuestión de Gabinete, que es una cuestión de confianza, voto contra el Credo.

A esto entiendo yo que obligan las consideraciones de partido, y por consiguiente, bajo este punto de vista, no puedo votar el modus vivendi, lo cual siento por una parte, pero me alegro por otra, porque al fin y al cabo así protesto contra el voto de confianza que va a dar la mayoría al Gobierno. Los que crean que sus compromisos son tales que les obligan a votar, en su derecho están haciéndolo; yo ya he manifestado mis opiniones; cada cual que haga lo que tenga por conveniente, que por esto no se contradice el interés de las minorías en una cuestión que, siendo Gobierno declaré libre, y que ahora no puedo considerar como de partido. (Bien, bien, en las minorías). [2849]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL